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LINGÜIHISTERIA: FUNCIÓN Y CAMPO DEL GOCE EN LA CLÍNICA ANALÍTICA

Nadie Duerma #8  /   por Luis Prieto  /   17 septiembre, 2018

Ph. Alfredo Srur

Sólo el lalaleo que ronronea cada palabra permite cierta resistencia del deseo al avance del consumismo: ningún teclado predictivo puede salvar a nadie de los yerros.

Si Freud pudo decir que la neurosis obsesiva era una especie de “dialecto” de la histeria fue por la función en la que la voz del sufriente ha de devenir analizante. Lacan propone la hysterización, como paso obligado del trabajo analítico, extendiéndolo al resto de los tipos clínicos. El tratamiento del lenguaje que el método analítico promueve atañe a ese recorte del cuerpo: dimensionar la palabra equivale así a desfondar el lenguaje de toda sustancialización. No es casual que dentro de las recomendaciones iniciales de Lacan para la formación del analista se encontraban no sólo la lingüística, sino también la historia y las matemáticas. La lingüistería reúne ese trípode y no apunta a otra cosa que un diálogo con esos otros discursos.

Decíamos entonces que la palabra que importa es la que atañe a ese recorte del cuerpo. Una palabra que muerde el cuerpo. No hay manera de hablar del cuerpo más que hablar “con” el cuerpo para el psicoanálisis. Lo demás es palabra vacía. Una palabra plena muerde el cuerpo. Si lo muerde es porque no hay más que zonas erógenas para tratar de presentificar el objeto, sin que la teoría psicoanalítica se vuelva una epistemología. Lo insignificante es éxtimo al lenguaje y es causa.

Si un sonido gutural puede funcionar como interpretación, la partícula que llamamos onomatopeya, es porque al golpearse el pecho el orangután puede marcar en lo que se dice/se escucha alguna versión. El padre tiene un lazo especial con la interpretación. Si la interpretación puede formalizarse como un usted lo ha dicho, (bajo la forma de cualquier entonación que el analizante se permita) es porque Freud llevó a última instancia el conflicto que desgarra el ser moral hasta la base de su texto inaugural: “La interpretación de los sueños”. Al menos el texto que creyó digno de publicar para abrir el juego. Si la tesis allí presente es que el sueño es guardián del dormir, esa figura del guardián no sólo resuena en lo superyoico de muchas maniobras transferenciales sino que es a su vez otro nombre del padre para equivocar. Ese mecanismo que trastornó el recuerdo del viaje ensoñado a la Acrópolis al padre mismo del psicoanálisis. Por otro lado, claro está que la cuestión del "ombligo" es siempre lo ininterpretable. Es decir, lo que habilita a decir el sueño de la inyección de Irma.

La tesis lacanaina para revisitar a Freud es contundente: el sujeto es efecto del lenguaje. El sujeto es siempre efecto, es decir: está supuesto a la estructura del lenguaje. Pero hay un giro más que permite a Lacan avanzar a una lingüistería. Hay lenguaje porque hay goce. Es decir, vías facilitadas. Si el saber es medio de goce y éste hermano de la verdad es únicamente porque lo que mueve toda la maquinaria es el goce. Sólo el lalaleo que ronronea cada palabra permite cierta resistencia del deseo al avance del consumismo: ningún teclado predictivo puede salvar a nadie de los yerros. El medio es el mensaje. Claro está que se trata del medio de goce. Un medio, como el acuático tal vez. Donde el goce del sentido nada como pez en el agua. Esta última tesis donde la "causa" está a la par que "retoquecitos" dados a la lengua es afín al eco pulsional, saca al movimiento lacanaino entero de las burdas acusaciones de intelectualismo y funda un más allá del falo en la interpretación. Es decir, lo que se intenta atrapar bajo las coordenadas de un acto. Pues el acto consiste en parirse bien diciéndose. El acto de decir, pues el parlante-ser no puede más que fallarlo de un modo más fortuito que siniestro, es siempre un acto de separación del sentido.

En la conferencia de Lyon en 1967 (publicada en Mi Enseñanza) Lacan afirma que “El origen de mi enseñanza es… simplemente el lenguaje, absolutamente ninguna otra cosa… Probablemente un buen número de los presentes crea que el lenguaje es una superestructura, cosa que ni Stalin creía. Él se había dado cuenta de que, si se empezaba de este modo, la cosa podía andar mal y que… esto podía tener consecuencias. Es muy raro que algo que se hace en la Universidad pueda tener consecuencias, puesto que la Universidad está hecha para que el pensamiento nunca tenga consecuencias. Pero cuando se han perdido los estribos, como ocurrió en alguna parte en 1917, que el señor Marr declarase que el lenguaje era una superestructura habría podido, por ejemplo, empezar a cambiar el ruso. ¡Momentito!, el tío Stalin sintió que se armaría la gorda si se hacía eso”. Un cambio en el lenguaje tiene consecuencias en el goce. Por este motivo no prosperó el “esperanto” como idioma artificial. Tampoco puede esperarse demasiado de la sustitución de letras como parte de una deconstrucción planificada del patriarcado. El lenguaje es impredictible en tanto que no puede formalizarse si no es incluyendo la dimensión del goce. No hablamos por adecuación a ninguna realidad sino porque esperamos reencontrar un objeto alucinado. Esa es la tesis lacaniana que recupera la cosa freudiana y se aparta de la representación.

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Luis Prieto

Psicoanalista. Miembro del FARP y Escuela IFCL. Coordinador del Colegio Clínico del Río de la Plata (2017-2018). Docente universitario (UBA).

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