Lic. en psicología. Docente e investigadora (UBA) en Facultad de Psicología. Miembro de la Escuela Internacional de los Foros del campo lacaniano.
ALGUNAS NOTAS SOBRE EL PSICOANÁLISIS Y LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
Nadie Duerma #7 / / 19 agosto, 2017

Ph: Alejandro Lipszyc
Usos de la filosofía y el psicoanálisis: sus riesgos y efectos en el mercado del saber.
En mi antiguo consultorio de la calle Cabello, recuerdo un vecino que llamó mi atención de entrada y que al tiempo supe quién era, Raúl Cerdeiras. No hemos compartido en persona más que unos cuantos ascensores. Él con algún alumno, yo con algún paciente. Anécdota nimia con la que comienzo para acentuar el desplazamiento que quiero tensar: de la filosofía al filósofo y del psicoanálisis al psicoanalista. Lo que sigue son algunas notas con las que bordeo solo un embrague, de tantos, entre psicoanálisis y filosofía contemporánea.
Basta aproximarse a los diálogos entre Raúl Cerdeiras y Juan Carlos Indart para localizar diversos puntos de encuentro fecundos entre filosofía y psicoanálisis. Ambos lo suficientemente dúctiles para surcar aguas disímiles. Pero justamente pienso que el valor de los empalmes entre filosofía y psicoanálisis depende mucho más de la posición de quien los encarne que de los campos de saber en sí. Que por cierto no se superponen y ciernen sujetos netamente diferenciados.
La irrupción de Freud marca un antes y un después que no ha dejado zona del saber intacto. La filosofía contemporánea se ha infectado del psicoanálisis a diferencia de toda una tradición riquísima de la que se han valido tanto Freud como Lacan. Me pregunto en principio ¿cómo ellos han usado la filosofía, entre otras disciplinas?
Lacan tomó a su antojo partes de campos diversos (matemática, lingüística, filosofía, etcétera). Y si logró hacer un buen uso de semejante amputación de conocimientos fue por “el decir” en el que se sostuvo. Si no fue un farsante destructor de saberes sino alguien que contribuyó genialmente al avance del discurso analítico es porque sus caprichos y tergiversaciones de conceptos ajenos en verdad se ordenaban estrictamente por la ética y política que rigió su praxis.
Asimismo, Lacan plantea que los mitólogos, por ejemplo, se reirían del uso que Freud hizo de los mitos. Si hay algo que avanza impasible en el uso insólito que hace Freud de los mitos es su propio decir portante de un deseo decidido que sustenta un discurso naciente, más allá de la eventual risa ¡o llanto! de médicos, mitólogos y antropólogos.
Desde esta perspectiva, no veo en absoluto un problema en que filósofos, sociólogos y comunicadores tomen partes del saber del psicoanálisis e incluso lo mutilen. Solo que deben asumir un riesgo: que el saber del psicoanálisis resulta estrictamente del síntoma. El nervio analítico es el tratamiento de ese peculiar saber imbricado en el síntoma y lo que él trae de lo no codificable del sexo. Los analistas tratamos con lo que padecemos en el cuerpo por la imposibilidad que atraviesa lo sexual. No con demasiado más que eso. Creo conveniente subrayar los límites de la acción analítica, lo minúsculo pero decisivo con lo que lidiamos. El psicoanálisis nunca tuvo una pretensión de cosmovisión, al contrario. Freud indicó sus peligros. Eso no impide que otros saberes se nutran del psicoanálisis pero sí le exige al analista una demarcación: el discurso en que inscribe su práctica.
El riesgo es que si se esgrimen los conceptos psicoanalíticos en una perspectiva puramente teórica quedan siempre truncos y encierran todo tipo de trampas. Digamos que son conceptos algo huidizos, difíciles de malear sin la estricta praxis de donde emergen. Aun así no veo inconveniente en que nuestros conceptos migren hacia la sociología o la filosofía si algunos se las arreglan para usarlos, torcerlos y recrearlos. Y si son analizantes seguramente les resulten más maleables...
Ahora bien, lo que quiero acentuar es que a la inversa no es proporcional.
Tal vez hagan falta unos años para calibrar mejor los resultados de esa inyección tan reciente de psicoanálisis en la filosofía. Pero creo que no conviene esperar años para interrogar cómo nosotros analistas estamos haciendo uso de la filosofía contemporánea. Más bien creo que es un debate apremiante, por lo que celebro la iniciativa de ND.
Noto lo que llamaría una creciente “filoso-ficción” del psicoanálisis como respuesta a un empuje social a debates de moda en medios de comunicación donde los psicoanalistas participamos activamente. Tendencia que dejo planteada, sin demasiada claridad aun sobre los impactos o soluciones, aunque sí considero necesario discutir entre quienes nos concierne la política del psicoanálisis.
Me refiero al uso abusivo de la filosofía contemporánea para aggiornar conceptos psicoanalíticos en pos de una exigencia del mercado del saber. Opiniones de psicoanalistas que hablan en nombre del psicoanálisis y cuyo efecto tangible es –a mi juicio- una fascinación entre psicoanalistas noveles y una mirada negativa de otros sectores valiosos de la sociedad hacia el psicoanálisis.
Es cierto que acechan ofertas sofísticas y terapéuticas más sintónicas con el capitalismo y el ritmo actual de polemizar frente a lo cual no podemos quedarnos callados. ¿Pero qué hacemos con esta realidad? Si nunca estuvo garantizada la permanencia del discurso analítico, hoy depende de nosotros su continuidad o degradación.
¿Cómo nos la arreglamos para que el psicoanálisis no quede excluido de la escena pública sin por ello desmentir en acto la ética de nuestra praxis? Queda esta pregunta abierta y solo recuerdo una voz insistente de Lacan: que no quede olvidado el decir freudiano. ¿Qué significa tal exhortación ya sobre el final de su enseñanza?
Cuando participamos con nuestros conceptos desligándolos demasiado del consultorio entramos en arenas movedizas. Y con “consultorio” no me refiero a la experiencia en el sentido empírico del término sino a la brújula clínica que el analista interroga, dinamiza, pero a la que no renuncia pese a lo inconexo que envuelve.
Nuestra conquista es el abordaje metódico del goce y el deseo en la intimidad de las sesiones. Un trabajo minucioso sobre las torsiones de la palabra de alguien que se anime a hablar en serio y donde el inconsciente no vale por su configuración sino por su puesta en acto. Y eso, lógica del significante mediante, tiene muy poco que ver con lo observable de los usos y costumbres cambiantes. Dispositivo verbal excluyente para demostrar que el efecto del significante en el cuerpo desafía toda verdad biográfica.
No es gran cosa conceptualizar que “no hay relación sexual” (lo que cualquier filosofía puede señalar perfectamente). Lo propiamente analítico es que ese “no hay relación sexual” es fundamentalmente un decir. Lacan lo situó como Un decir y en rigor, el decir freudiano por excelencia. Aquel que Freud nunca escribió pero que se deduce del conjunto de sus elaboraciones. Que no quede olvidado el decir freudiano implica que la sentencia “no hay relación sexual” no es una evidencia ni está asegurada. Sugiere más bien una perspectiva ética para nosotros: habrá que hacer existir ese decir que tiende al olvido, norte de un análisis que somete lo forcluido sexual a un discurso.
No hay significante que diga qué es un hombre o una mujer así como no hay significante que diga qué es un analista. Encuentro de dos agujeros donde emerge la ocasión de un análisis. Ni concepto ni institución nos ahorran el doloroso camino de la transferencia donde la única salida es la invención de un saber. Final donde el analista cae como una fruta madura. Y que ese destino de resto de la operación analítica esté programado desde el inicio mismo de su método ubica al menos una incisión inexorable a indagar entre el psicoanálisis y toda filosofía.