Psicoanalista, miembro del FARP. Docente en las cátedras de Psicopatología II y Clínica de adultos I de la Facultad de Psicología (UBA).
ACERCA DE UNA POSICIÓN E(STÉ)TICA ANTE EL MUNDO
Nadie Duerma #5 / / 7 agosto, 2015

Foto: Matías Lix-Klett
En las redes sociales, por ejemplo, no siempre se utiliza el lenguaje con fines informativos o publicitarios; no siempre se utiliza la retórica para seducir o convencer al consumidor y al votante. Se constata también otro uso de la palabra más cercano a lo que Freud ubicó como disparate. Y entonces el juego; el chiste; la risa; y la poesía, tienen chance de acontecer.
Hay en nuestros días grandes movimientos políticos y sociales que se organizan en torno a ideales anticapitalistas. La práctica analítica, más precisamente la estructura del acto analítico, ha sido calificada por Colette Soler como anticapitalista. Pero en esta oportunidad quisiera abordar el tema –sugerido en el título del presente número– por el sesgo de lo que podríamos llamar tomando un giro de Freud, el “afán de sobreponerse” al capitalismo reinante en el nivel de lo más cotidiano de nuestras vidas cotidianas.
En El mundo como supermercado, el escritor y ensayista Michel Houellebecq sostiene en este sentido que “cada individuo es capaz de producir en sí mismo una especie de revolución fría, situándose por un instante fuera del flujo informativo-publicitario. Es muy fácil de hacer; de hecho, nunca ha sido tan fácil como ahora situarse en una posición estética con relación al mundo: basta con dar un paso a un lado. Y, en última instancia, incluso este paso es inútil. Basta con hacer una pausa; apagar la radio, desenchufar el televisor; no comprar nada, no desear comprar. Basta con dejar de participar, dejar de saber; suspender temporalmente cualquier actividad mental. Basta literalmente con quedarse inmóvil unos segundos”.
Esta referencia me interesó particularmente en tanto retoma –es mi impresión– el espíritu de ciertos planteos freudianos. En El chiste y su relación con lo inconsciente, leemos que en la vida corriente o seria, el uso que hacemos de las palabras es un “uso limitado” que se nos impone por la educación; la razón; y el poder de la crítica. A este uso Freud contrapone el “placer de disparatar” que en la vida corriente se encuentra oculto. Sólo en dos casos es todavía visible: en la conducta del niño que aprende y la del adulto que se halla bajo los efectos de un tóxico. Ambos casos expresan un afán de sobreponerse a las limitaciones aprendidas. Los niños se desquitan con sus compañeros de juego deformando las palabras, alterándolas, y creando un lenguaje propio de un grupo. Recuperando así un placer asociado a las primerísimas vivencias con el material de la lengua materna cuando se trataba de “experimentar jugando”, entramando palabras más por su musicalidad que por su sentido. En el caso del adulto es sugerente que Freud elija como paradigma de lo que sería el uso limitado de las palabras, las figuras del estudiante universitario y del grupo de profesionales reunidos en Congresos Científicos. Pareciera una paradoja: que los universitarios, el estrato más “formado” de una sociedad, sean al mismo tiempo los más “limitados”. Pero la aparente paradoja se disipa cuando consideramos que justamente la educación intelectual privilegia el sentido y la lógica ante cualquier otro uso de las palabras; y todo desvío es vivido con sentimientos displacenteros de defensa frente a esos malos rendimientos.
Es en la taberna, luego de concluidas las sesiones científicas, donde el universitario y el profesional, se reencuentran con el placer de la libertad de pensar que la academia les quita cada vez más. Y es allí que el disparatar, como un uso menos restringido de la palabra, acontece como liberador puesto que responde a un ahorro del gasto psíquico invertido en el mantenimiento de la censura crítica.
Freud atrapa en este recorrido algo que hace a lo estructural del malestar en la cultura, que se vincula con cierta adaptación a lo convencional, a lo estándar en el uso de la palabra y que comporta un importante gasto que se aligera cuando algo de la crítica se traspasa o se burla. Ahora bien, más allá de lo estructural, creo que se podrían precisar cuáles son en nuestros días las coordenadas particulares en que se reproduce esta lógica de gasto y ahorro; de compulsión y liberación. ¿De qué se desquita hoy el individuo que es capaz de producir esa especie de revolución fría de la que habla el autor francés? Por supuesto que de las limitaciones aprendidas, pero ¿acaso no ha cambiado un poco el escenario de nuestra vida cotidiana? Aclaro en este punto, porque no es un detalle menor, que no es justo restringir el placer de disparatar al uso de la palabra. Freud advierte con su extrema lucidez, que también está presente en la inclinación, propia del varón, al contrasentido en el obrar, y al obrar desacorde con el fin. Este modo de obrar no es más que un retoño del placer de disparatar, sobre todo tras la pubertad momento en que el poder de la crítica ha crecido tanto que el disparate ya no se exterioriza fácilmente.
A propósito de este obrar desacorde con el fin, podríamos conjeturar que hoy, entre otras cosas, aquello que oprime al individuo es la exigencia de productividad permanente, propia del utilitarismo despiadado de nuestro tiempo. Por otro lado ahora contamos con nuevos tóxicos. Las nuevas tecnologías parecieran cumplir la función que Freud atribuía al tóxico: un quitapenas. Y hasta se podrían clasificar distintas posibilidades de adicciones… on line (a los juegos; a las compras; a la pornografía; etc.). El mundo virtual forma parte de nuestra vida cotidiana, la cuestión es qué uso se hace de él. Puede usarse de forma seria, esto es: “careta” como solemos decir –de hecho lo careta es una forma de la censura– pero también ocurre por momentos que estos nuevos soportes se muestran como terreno propicio para el disparate, para lo inútil, para lo desacorde con el fin productivo, para el despliegue más libre de la palabra. En el seno mismo de las tecnologías y aplicaciones que fueron creadas para hacernos mejores consumidores-consumidos, se despliega una resistencia silenciosa, inútil, las más de las veces canalizada por la vía de la escritura. En las redes sociales, por ejemplo, no siempre se utiliza el lenguaje con fines informativos o publicitarios; no siempre se utiliza la retórica para seducir o convencer al consumidor y al votante. Se constata también otro uso de la palabra más cercano a lo que Freud ubicó como disparate. Y entonces el juego; el chiste; la risa; y la poesía, tienen chance de acontecer. Aquí conviene entender lo poético no como lo bello, sino como un hacer que surge de un uso desviado respecto del uso convencional y cristalizado de las palabras. Un uso más auténtico en tanto es desasimiento respecto de lo aprendido, un uso más ligado al acto creativo, a la invención de nuevas metáforas. Digo nuevas porque hay también metáforas aprendidas, gastadas, trilladas. Las metáforas que interesan son justamente las que decantan de este uso menos limitado del lenguaje, de este particular placer de disparatar que además se ejercita en el encuentro con otros. Freud destaca los compañeros de juego del niño; el grupo del gymnasium (escuela secundaria); y el alegre disparate del Bierschwefel de los universitarios (discurso jocoso en el marco de una reunión en que se toma cerveza: Bier). Los adolescentes, por tomar un caso, han sido siempre grandes creadores de neologismos, y las redes sociales son hoy un lugar de encuentro, a salvo de la mirada vigilante del Otro parental e institucional, donde se comparten disparates -que los pares recogen y autentifican-; donde se boludea con otros; en fin, donde se es inútil y en tanto tal parte de una revolución también inútil, como señala Houellebecq. En franca oposición al lenguaje informativo para el cual lo que es podría no ser, las desviaciones poéticas crean un “efecto de ilimitado” donde el ámbito de la afirmación se apodera de todo y no deja subsistir la contradicción. ¿No resuena aquí una de las características del inconsciente freudiano? Este placer de disparatar del que venimos hablando ¿no conecta acaso con lo más revolucionario del método analítico? ¿No se invita al analizante a disparatar cuando se lo compromete con la única regla fundamental del dispositivo?
Para concluir diría que sin llegar al radical paso a un lado, que propone Houellebecq con la ironía que lo caracteriza, el afán de sobreponerse a las limitaciones y ataduras de nuestra época también sigue teniendo lugar en relación con otro paso, aquél que con Lacan llamamos paso de sentido, que implica poder hacer un uso menos limitante y por ende más deseante de las palabras. Nada nuevo bajo el sol: lo poético es desviación y violencia con respecto a lo instituido, siempre fue así. Lo que cambia en nuestra época es tal vez el medio en que esto acontece y aquello de lo que nos desquitamos. Entonces en ese paso que se da al margen de los usos ya admitidos y consagrados, algo propio se realiza dando lugar al advenimiento de un pequeño creador -allí donde lo esperado era un mero consumidor, uno más del montón.